jueves, 16 de octubre de 2008

Problemas y posibilidades de la literatura afroperuana

Foto: Nicomedes Santa Cruz



Por Milagros Carazas

Los movimientos de liberación afroamericanos de mediados de la década de 1960 despertaron el interés de escritores y estudiosos respecto a los avatares históricos y culturales de dicha etnia. En ese sentido, el trabajo de Nicomedes Santa Cruz posee un carácter fundacional, al poner énfasis en el rescate de las tradiciones orales literarias. La tarea pendiente consiste, entonces, en renovar el canon artístico y literario.


El maestro Antonio Cornejo Polar, en su ya clásico La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), plantea la necesidad de estudiar con más detenimiento a los escritores que procedían de los sectores marginales, indígenas y populares; porque con su obra se estaban construyendo nuevos espacios de representación de la nacionalidad que permitían la inclusión de sujetos culturales que antes no estaban presentes en la literatura hegemónica e ilustrada. Un buen ejemplo sería la narrativa contemporánea que describe la cultura negra costeña. En su opinión, este es uno de los temas más apasionantes y, al mismo tiempo, poco estudiados de las letras peruanas. En efecto, de los textos en que aparecen elementos o manifestaciones de la cultura negra se desprende la problemática de las relaciones interraciales y sociales, así como la construcción de una imagen innovadora del sujeto afroperuano. Nuestro artículo intenta hacer una reflexión sobre el conjunto de obras que constituyen la literatura afroperuana actual, los problemas teóricos y metodológicos que han surgido en su recepción crítica y la subversión de la imagen del sujeto afroperuano en la narrativa negrista.
Una aproximación de la literatura afroperuana: 1960-2005El investigador canadiense Richard L. Jackson sostiene que “la literatura afrohispana está surgiendo en muchos frentes y de muchas maneras, y su emergencia coincide con la llegada a la prominencia de terminología tan importante como la canonización y el afrocentrismo” (1). Así, autores “creativos” de África (Guinea Ecuatorial), el Caribe, Centro y Sudamérica han formado un canon literario en que se intenta representar la experiencia negra. Su autenticidad y el factor étnico han hecho posible que este corpus concite el interés de la crítica y la reflexión de la teoría contemporánea. Los estudiosos se reúnen en diversos coloquios o cátedras y se publican revistas especializadas, como Afro-Hispanic Review (fundada en 1982), Palara y Diáspora, entre otras. Es posible que la “turbulenta” década de 1960 en Estados Unidos, cuando se gesta el movimiento de liberación negro, hayan contribuido a una toma de conciencia en América Latina. No es casual que desde entonces se haya gestado una nueva generación de autores empeñados en la reafirmación de su identidad y la construcción de una imagen del sujeto negro en la literatura, como Nelson Estupiñán (Ecuador), Manuel Zapata Olivella (Colombia), Quince Duncan (Costa Rica), entre otros.Del mismo modo, las teorías africanista y afrocentrista surgen como una necesidad de entender este fenómeno. La diáspora africana y la experiencia negra adquieren rasgos muy diferentes de acuerdo con el contexto en que se desarrollan, como sucede en la literatura en español de Guinea Ecuatorial (África) o de América Latina. La crítica afrocentrista se preocupa, primero, en identificar esta literatura y, en segundo lugar, en subrayar aquello que la hace diferente.Considerando lo anterior, ¿podríamos hablar de la emergencia de una literatura afroperuana? La respuesta es que estamos en camino. Por lo menos ya hay un corpus que se vuelve más sólido con el paso del tiempo, haciéndose atractivo sobre todo para la crítica extranjera. En las últimas décadas se nota en algunos escritores la preocupación por incluir elementos de la cultura negra en la literatura peruana contemporánea. Esta es una tarea difícil y no siempre bien entendida por la crítica local. Pero la presencia y la representación del sujeto afroperuano son innegables en ciertos textos, en los que el escritor integrante de la etnia negra enfrenta conscientemente la invisibilización, en un intento por construir una imagen desde adentro, desde la perspectiva del propio sujeto afroperuano. Para empezar, Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) es, sin duda, el más importante representante de la literatura afroperuana del siglo XX. Ha sido decimista, poeta, musicólogo, periodista y ensayista. Su extensa obra agrupa un sinnúmero de discos y libros. Entre los últimos destacan Décimas (1960), Cumanana (1964), Canto a mi Perú (1966) y Antología. Décimas y poemas (1971). Su producción ha tenido una gran acogida por el público desde el inicio y así lo revelan los tirajes masivos de sus publicaciones. Hoy, se encuentra completamente agotada. Urge, entonces, publicar su obra completa. Sin embargo, desde que el autor fue catalogado como poeta “popular”, ha sido omitido de la mayoría de las antologías e historias literarias oficiales. Es más, no hay un estudio sistemático sobre su obra en el ámbito académico local y ni siquiera aparece como tema en los programas universitarios. Cosa que sí se observa en el extranjero, donde los estudiantes leen con mucho entusiasmo a nuestro autor o los investigadores le dedican numerosos estudios a su obra, como se comprueba en la abundante bibliografía crítica existente. Por eso, Martha Ojeda, de Transylvania University, reclama con razón que “la inclusión de la obra de Nicomedes Santa Cruz en el corpus de la literatura peruana como parte integral y no como apéndice ya es un deber impostergable” (2). Todo parece indicar que nuestro escritor no es profeta en su propia tierra; sin embargo, se le considera un exponente de la negritud en Hispanoamérica por la importancia y vigencia de su obra. Otra representante de la cultura afroperuana es Victoria Santa Cruz (1922), reconocida coreógrafa, directora teatral e investigadora. En 1959, ella, junto con su hermano Nicomedes, funda el conjunto Cumanana y se inicia el resurgimiento del folclor negro del Perú. También estuvo a cargo de la dirección del Conjunto Nacional de Folklore. Desde entonces ha recreado y rescatado del olvido varias danzas afroperuanas. Pero parece que esta labor como folclorista hubiera empañado su producción como autora. Victoria Santa Cruz ha escrito, por ejemplo, el poema rítmico “Me gritaron negra”, que en la década de 1970 fuera grabado como estampa y transmitido por televisión. Su contenido adquiere una trascendencia indiscutible, ya que trata el tema de la reafirmación de la identidad afroperuana en un contexto de exclusión y rechazo social. Como plantea el profesor Daniel Mathews: “Es el poema mismo el que se instaura como emblema de un grupo social que necesita, frente al grito del opresor, asumirse a sí mismo como comunidad imaginada llena de valores a ser reconocidos” (3). Falta analizar el resto de la obra poética y teatral de la autora, que transita entre el folclor y la oralidad, al hacer del ritmo su elemento esencial.Más adelante, bajo el auge del testimonio (etnográfico) en la década de 1970, apareció Erasmo. Yanacón del Valle de Chancay (1974), de José Matos Mar y Jorge A. Carvajal. Estos entusiastas investigadores recopilaron la biografía de Erasmo Muñoz, un anciano negro y antiguo yanacón de la hacienda Caqui. La virtud de este trabajo pionero es que nos introduce en las costumbres, las creencias y los valores del campesino de la costa. El texto, aunque mediatizado, incluye un variado repertorio de décimas de la zona, como una muestra de la riqueza artística de la cultura afromestiza. Para el antropólogo Jacobo Alva, “es tal vez la primera historia de vida pensada desde el testimonio oral para reconstruir la vida individual y familiar de la comunidad y de la región [...] que asume la representación del campesinado peruano y testimonia desde un espacio y tiempo la vida nacional de una porción del siglo XX” (4). Es lamentable que a treinta años de su publicación no se haya realizado un estudio más profundo de este texto, que representa sobre todo al otro (afroperuano). Hasta Alicia G. Andreu, autora de El testimonio peruano y las ciencias sociales: una problemática posmoderna (2000), olvida citarlo en su “exhaustiva” bibliografía, cuando este libro ya es considerado un clásico de las ciencias sociales del Perú. En esa misma década, Gregorio Martínez también empieza a publicar. Su narrativa representa el mundo rural de la costa sur, en especial el pueblo de Coyungo y sus alrededores. Los personajes que ha elegido son negros y mestizos, campesinos y peones de hacienda. Destacan tres aspectos en su producción narrativa: un humor descarnado e irreverente, una marcada preocupación por el lenguaje popular de la zona y un sensualismo desbordante. Su obra está formada por un conjunto de libros de cuentos y relatos: Tierra de caléndula (1975), La gloria del Piturrín y otros embrujos de amor (1985), Biblia de guarango (2001) y Cuatro cuentos eróticos de Acarí (2004), un texto que reúne su producción ensayística y periodística titulado Libro de los espejos (2004); y dos novelas que creemos son lo mejor de su producción. En primer lugar, nos referimos a Canto de sirena (1977), en la que accedemos a los recuerdos, viajes y amoríos de un anciano negro. Es la historia de Candico Navarro y su particular visión de la vida en el campo. Y, en segundo lugar, Crónica de músicos y diablos (1991) es una novela que representa los viajes de una familia de músicos, los Guzmán, con lo que se logra reivindicar la negritud y el proceso de mestizaje en la costa. En realidad, Martínez ha rescatado con éxito la riqueza del lenguaje popular y la sabiduría ancestral de los pobladores de la Costa sur. Este es su gran aporte a la literatura peruana y también afrohispanoamericana. Eso explica el creciente interés de los estudiosos por su obra.Otro texto que destaca en de la literatura de no-ficción es Piel de mujer (1995), porque recoge la historia de vida de Delia Zamudio, esposa, madre, obrera y líder sindical afroperuana. Este testimonio denuncia el rechazo que experimentó la propia protagonista por ser una “mujer, pobre y negra”; poniendo en evidencia la problemática de las relaciones de género, la marginación de los sectores populares y los conflictos interraciales. Como afirma M’bare N’gom, profesor en Morgan State University, este relato testimonial “propone la retextualización de dos colectivos marginados e invisibilizados de la historia nacional del Perú y, en última instancia, de América Latina: los afrodescendientes y las mujeres” (5). Por eso, este testimonio merecería una mayor atención por parte de la crítica. Más recientemente, incursionando en la literatura escrita por mujeres, Lucía Charún-Illescas ha publicado Malambo (2001), una novela que hace una relectura del pasado colonial develando los conflictos sociales, las luchas interétnicas y los procesos de mestizaje y sincretismo cultural. Esta obra describe incluso los elementos culturales de herencia africana, con los cuales el sujeto afroperuano construye su identidad, enfrentando la imposición de los valores de la clase dominante y el rechazo de una sociedad que lo margina. Malambo se ha convertido en el foco de interés de la crítica académica mayormente extranjera, porque es una novela que representa la diáspora africana y la experiencia negra en el contexto peruano. Sin embargo, queda pendiente una lectura que valore su verdadero aporte y su trascendencia. Todo lo anterior evidencia que la literatura afroperuana se encuentra más próxima a la oralidad, lo popular, lo musical y hasta lo testimonial. Este corpus, en permanente tensión y desencuentro con la literatura hegemónica, hace evidente la urgencia de incluir autores de la etnia negra en el canon literario.
Precisiones sobre la negritudLa categoría negritud (calidad de negro) conlleva toda una propuesta ideológica y cultural que nuestros escritores no asumieron en primer lugar, que vale la pena esclarecer a continuación. Esta palabra viene del francés (négritude) y fue usada por primera vez por el escritor Aimé Césaire en el poemario Cuadernos de un regreso al país natal, publicado en París en 1939. Después, el concepto de negritud adquirió una connotación ideológica, artística, cultural y los derechos del negro en la sociedad. La propugnaron el mismo Aimé Césaire (Martinica), Léopold Sédar Senghor (Senegal, 1906-2002), Janheinz Jahn (Alemania) y otros más. Así se estableció el llamado movimiento de La Négritude en la década de 1930, que se extendió a varios países (Francia y el Caribe francés). La Négritude contribuyó de forma decisiva en la lucha contra la opresión colonial y la emancipación política de los países africanos. Con el tiempo se ha dado sentido incluso a la expresión africanidad (condición de africano) y se ha producido una literatura negroafricana, como la llama Janheinz Jahn. En nuestro país, el movimiento tuvo cierta acogida en las décadas de 1960 y 1970, cuando los grupos folclóricos “afroperuanos” intentaron recuperar danzas y músicas perdidas, como sucedió con los conjuntos Cumanana (1959), Teatro y Danzas Negras del Perú (1966-1972) o Perú Negro, por ejemplo. En consecuencia, usar negritud en nuestro contexto no nos remite a ese trasfondo ideológico y político, pero sí a los intentos de revaloración del folclor negro peruano. Por otra parte, César Toro Montalvo ha dedicado una extensa sección a “la literatura negra del Perú” en su Historia de la literatura peruana (1994), con una extensa referencia bibliográfica al respecto. Entre las características de la literatura negra peruana se señala que ésta es costeña, festiva, oral, rítmica, tradicional y criolla; más tarde, agrega: folclórica, marginal y anónima. El historiador afirma que se trata de una literatura que viene ejerciéndose desde la Colonia hasta la actualidad. Es claro que se comete un desliz grave. Lo negro ha aparecido en el imaginario letrado peruano desde el siglo XVI, con distinto énfasis y diverso contenido ideológico; pero eso no significa que el propio sujeto afroperuano haya sido gestor de una literatura desde entonces. Por eso, en la sección subtitulada “De Caviedes a Gálvez Ronceros. Apuntes para la historia de la literatura negra del Perú”, nos damos con la sorpresa de que los autores antologados no son necesariamente “gente morena, mulata o negra”. Se trata más bien de escritores representativos del criollismo que han registrado en sus obras al personaje negro como subalterno y cargado de estereotipos racistas. No estamos, entonces, frente a una literatura negra, sino ante una literatura “negrista” que trata de representar al otro afroperuano. La literatura negra intenta ofrecer una mirada desde adentro, desde la mirada del sujeto negro, quien transmite un deseo de autoconfirmación mediante la construcción de un discurso identitario. Según Martha Cobb, para el estudio de esta literatura debe considerarse cuatro conceptos, a saber: “La confrontación con una sociedad ajena y hostil; el dualismo, o un sentido de división entre el propio concepto de uno mismo en conflicto con las definiciones impuestas por la cultura dominante [...]; la identidad, una búsqueda que incluye el quién soy yo de la situación presente mientras al mismo tiempo se indaga ambos los orígenes africanos y las bases históricas en las Américas; y la liberación, política y psíquica, que ha sido la demanda predominante de las personas negras desde su confrontación histórica con el Occidente” (6). Es una literatura que trata de expresar la “experiencia negra” y la diáspora africana, sólo que ésta puede ser percibida desde diferentes percepciones o miradas, según sea el caso. El problema surge cuando la literatura negra aparece relegada frente a la literatura canónica o, lo que es peor aún, se la asume como inferior en comparación con las premisas de la estética eurooccidental dominante. Para Henry Louis Gates Jr., profesor de Harvard University, “la literatura negra es un arte verbal como otras artes verbales. La ‘negritud’ no es un objeto material o un evento sino una metáfora, no tiene una ‘esencia’ como tal, pero está definida por una red de relaciones que forma una unidad estética particular” (7). En el contexto peruano donde se ha llevado a cabo el proceso de mestizaje, entendido sobre todo como una trietnicidad (la combinación de lo indígena, lo hispano y lo negro), sería difícil usar la expresión literatura negra, porque nuestros escritores no pertenecen exclusivamente a esta etnia. Además, el término negro posee una carga negativa históricamente en la sociedad, con un conjunto de prejuicios y estereotipos que marcan al otro. Con el desarrollo del movimiento de negritudes, gracias al cual los intelectuales de África y América toman conciencia de la validez y originalidad de la cultura negroafricana y su estética, se empieza a reivindicar el sentido del término negro como manifestación de orgullo y de una especificidad cultural. Más bien, el prefijo “afro” –usado para señalar al africano negro y sus descendientes, como en afrocaribeño, afrohispano, afrolatino– va adquiriendo más fuerza en la actualidad. Los integrantes de la etnia negra suelen identificarse mejor con esta denominación. Por eso preferimos literatura afroperuana a cualquier otra categoría. Considerando el elemento étnico, habría que agregar que se trata de un corpus que debiera asumirse como afromestizo.
El sujeto afroperuano en la narrativa negrista El negrismo es una manera de apreciar lo negro desde la perspectiva de un productor que no lo es. En este sentido, importa observar cómo se produce esta mirada frente al otro y cómo son las relaciones que se establecen en consecuencia, ya que cada mirada implica una experiencia distinta. Existe una gama de percepciones y discursos en un intento por representar una imagen del otro. Pero, justamente esto genera algunas interrogantes, como: ¿de qué manera es descrito? ¿Desde qué perspectiva? ¿Aparece idealizado o es un elemento exótico? A pesar de todo, el sujeto negro es visto como un marginal y no necesariamente como un igual a los otros grupos que forman esa misma sociedad representada. Esto último se percibe en la obra de José Diez Canseco (1904-1949), autor que en las décadas de 1920 y 1930 empieza a retratar el sector marginal y popular de la Costa, más exactamente el puerto del Callao. Pone en primer orden personajes afromestizos (en especial, mulatos y zambos), a los que llama de manera englobante criollos. Sin duda, Diez Canseco ofrece una mirada crítica al representar una ciudad cuya modernización fue propiciada por los sectores oligárquicos. Lo lamentable es que lo hace desde una perspectiva paternalista, afianzando la imagen estereotipada del sujeto afroperuano, que queda caracterizado por su agresividad (delincuencial), tal como aparece en sus cuentos y novelas cortas, reunidos bajo el título Estampas mulatas (1930).Por el contrario, Antonio Gálvez Ronceros lo representa con una concepción artística diferente, más coherente y próxima con su auténtico universo cultural, tal como se aprecia en Monólogo desde las tinieblas, publicado por primera vez en 1975. En este libro aparece el negro campesino de la zona rural de la Costa sur, específicamente de Chincha. A pesar de que las narraciones son breves, éstas ofrecen una visión de su cultura, lenguaje y geografía nunca antes lograda. Gálvez Ronceros no sólo da voz al otro afroperuano en la narración, sino que, además, subvierte las imágenes negativas construidas alrededor suyo. En realidad, la narrativa negrista del autor asume una perspectiva que intenta valorar el aporte de la cultura negra en la sociedad peruana. En sus cuentos, el sujeto afroperuano pasa a ser un personaje que participa de la acción narrativa, permitiendo incluso oír su voz en primer término. Se trata de un acercamiento que busca valorarlo como sujeto, lejos de las imágenes cliché. Esta es, sin duda, su gran contribución a la literatura peruana. Por otro lado, el escritor piurano Cronwell Jara intenta representar también personajes afroperuanos en su libro de cuentos Babá Osaím, cimarrón, ora por la santa muerta (1989). Aquí se lo describe mayormente como cimarrón, curandero, bandolero o santo, en el contexto de la Colonia y la República. Alrededor de doce cuentos exploran un acercamiento a la cosmovisión afroperuana (la filosofía muntú), aunque se exagera en el contraste entre la religión cristiana y las creencias africanas.
A manera de conclusión La presencia del afroperuano en la historia y en los discursos data desde el siglo XVI, visto casi siempre como un elemento marginal; pero ya empieza a modificarse esa imagen y cada vez más se hace gestor de su propia historia y, ahora, de su literatura. Se trata de un conjunto de obras que expresa el sentir de una colectividad, la etnia negra, y valora el aporte de una cultura de herencia africana. Esta literatura está emergiendo progresivamente en los últimos años, representando al sujeto afroperuano de una manera distinta e innovadora. Así se hace necesaria la ampliación del canon literario que incluya a sus autores más connotados. Pues lo afroperuano es importante en la representación del imaginario nacional, así como en el proceso histórico-social de nuestro país.


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