miércoles, 26 de enero de 2011

Las comunidades afroperuanas en Ica y Arequipa

La investigadora Milagros Carazas y la poeta Tania Aguero Dejo han retomado su viaje al sur para visitar las comunidades afroperuanas ubicadas en el Departamento de Ica.
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Fecha de inicio del Trabajo de campo: viernes 21 de enero de 2011
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El viaje es cautivante pero agotador. El calor es permanente. La vista desde la ventana del bus está combinada entre dunas desérticas y valles espléndidos que destacan por su verdor, hay sembríos de algodón, maíz, viñas y mucha fruta (mangos, paltos, ciruelas, naranjas, etc).
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ICA
Hemos empezado en la misma ciudad de Ica y de ahí nos hemos encaminado al sur. Con mucho entusiasmo y curiosidad hemos recorrido las siguientes comunidades hasta el momento:
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PROVINCIA DE PISCO
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DISTRITO DE INDEPENDENCIA
1) San Jacinto (ex hacienda, importante población afro)
2) San José (hoy José Olaya) (No queda vestigios de la hacienda, población mínima de afros y más andinos)
3) El Palto (localidad reducida con algunas familia afro)
4) Manrique (poblado regular, con presencia afro)
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PROVINCIA DE ICA
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DISTRITO DE LOS MOLINOS
1) Pampa de la Isla (es un poblado agrícola con presencia afro reducida)
2) San José de los Molinos (actividad agrícola, concentra regular población afro, hay una calle llamada Congo)
3) Huamaní (ex hacienda, muy distante en el interior del valle, con presencia afro menor)
4) Ranchería (poblado con escasas casas y en difíciles condiciones, camino a la sierra, sin presencia afro)
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DISTRITO LA TINGUIÑA
1) La Tinguiña (al otro lado del río, con gran población migrante andina, escasa presencia afro)
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DISTRITO DE PARCONA
1) Acomayo (es un PJ muy cerca de la ciudad, se observo muy pocos pobladores afro)
2) Parcona (es una urbe en crecimiento próxima a la ciudad, con cierta población afro)
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DISTRITO DE ICA
1) Santa Rosa de Cachiche (cercana a la ciudad aunque todavía rural, a penas una familia afro pero numerosa)
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PROVINCIA NAZCA
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DISTRITO CHANGUILLO (27/1/11)
1) Coyungo (poblado agrícola al interior del valle del río Grande, camino al mar, muy alejado, con regular presencia afro)
2) Cabildo (poblado agrícola con población afro importante)
3) San Juan (pocas casas, sin mucha población, no se observó pobladores afro)
4) Changuillo (poblado histórico, de calles amplias y casas desabitadas, sin asomo de población afro)
5) San Javier (poblado que crece, se dice que los pobladores afros ya fallecieron)
6) Juarez (poblado más pequeño al lado del anterior, con población campesina andina)
7) La Lengua (a un lado de la Panamericana sur, poblado reducido, no se observo pobladores afro)
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DISTRITO EL INGENIO (28/1/11)
1) San José (poblado muy reducido, con cierta presencia afro, los más ancianos ya fallecieron)
2) El Estudiante (localidad sin población afro al parecer)
3) El Ingenio (Según el prof. Mauro Lizarbe Mansilla existe un 30 % de pobladores afro y una mayoría de migrantes andinos procedentes de Ayacucho).
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DISTRITO NAZCA
1) Cahuachi (la ex hacienda se encuentra en remodelación, y está muy próxima a la zona arqueológica; los parceleros, mayormente mestizos o migrantes andinos, se encuentran muy dispersos en el valle)
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AREQUIPA
Hemos tomado un bus desde Palpa a Acarí, antes pasamos por el Puerto Lomas. Después de atravesar el desierto observar el ocaso al pie del mar fue todo un espectáculo único. El cielo enrojecido contrazos amarillos, celestes y blancos se contrastaba con el azul del mar y la arena ensombrecida. Después el bus se dirige al este e ingresa progresivamente en el valle hacia Acarí.
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PROVINCIA CARAVELÍ (29/1/11)
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1) Acarí (o Acarí tradicional o pueblo viejo) Para llegar a la pequeña localidad es necesario cruzar el puente colgante sobre el río y proximarse al cerro del Toro, totalmente cubierto de arena. Existen algunas familias afros en el lugar, muchas de ellas traídas por enganchadores desde Pisco.
2) Chocavento. Es una ex hacienda localizada más al interior en el valle. Se encuentra todavía alguna población afro.
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Fecha de termino del Trabajo de campo: miércoles 2 de febrero de 2011
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*A manera de reflexión

Algunas comunidades se encuentran a un paso de la ciudad y otras toma más tiempo llegar a ellas. El transporte a veces es muy limitado, el camino afirmado, pero la vista del valle incomparable. El acceso a estas poblaciones no siempre es con regularidad.
Es necesario observar para comprobar en el mismo lugar la presencia o no de afroperuanos. Preguntar una y otra vez por las familias, tocar puertas, observar con detenimiento y caminar muchísimo. También es útil contactar a los profesores, historiadores o escritores locales en cada comunidad porque ellos están realizando una tarea importante de rescate y conservación de su propia tradición, la que no es difundida o conocida por los medios, la academia y, en general, el resto del país.
Sucede muchas veces que los afros han migrado más al centro, a las grandes ciudades (Ica o Lima) o ha ocurrido matrimonios interétnicos afroandinos, con lo que el mestizaje es una realidad permanente. ahora bien, los afrodescendientes no siempre se identifican como tales.
Es usual comprobar que las comunidades no siempre tienen todas las condiciones, lo usual es que se haya instalado el agua potable, la luz eléctrica y no siempre el desague. Lo común a todas sería la falta de pistas y proyectos gubernamentales y/o regionales adecuados que ayuden a mejorar principalmente sus condiciones económicas. Esto es una urgencia, el reclamo social permanente de todos los pobladores.
En definitiva, Perú no es Lima y Lima no es Miraflores, el Perú es cada uno de estos poblados, cada (afro)peruano que trabaja día a día.

domingo, 16 de enero de 2011

Pisco, ¡levántate!

Foto 1: Monumento dedicado a San Martín.

Foto 2: Antiguo Palacio Municipal


Amanece el día domingo. Hemos decidido levantarnos temprano y trasladarnos a Pisco, que está como a 45 minutos de Chincha. El pasaje es muy barato, no sobre pasa los tres nuevos soles. En el trayecto se puede apreciar más sembríos de algodón, maíz, viñas, higueras y demás. Cuando nos alejamos lo suficiente aparecen las dunas, la arena inhóspita de antes cede paso a los asentamientos humanos. En el cruce, al fin, la coaster gira a la derecha por una vía asfaltada hasta aproximarse al centro de la ciudad.
Caminamos entre cúmulos de tierra, bandas de peligro y bulliciosos tractores. En medio de la plaza se ubica el monumento a San Martín, el libertador argentino que desembarcó en la bahía de Paracas y ordenó que las tropas patriotas se refugien en la hacienda de Caucato en 1820. Habría que señalar que la llegada del Libertador provocó que muchos esclavos abandonaran las haciendas y se sumaran a los batallones del ejército separatista. Anónimos afrodescendientes sin uniforme, de a pie, pero con mucho valentía.
En una esquina de la plaza se levanta un edificio morisco que hacía las veces de Palacio Municipal, ahora se encuentra olvidado y poblado de palomas y gallinazos. Aún así se aprecia algo de su esplendor y caprichosa arquitectura. Al lado, se ubica un edificio en construcción que debe ser la iglesia, la anterior se derrumbó sobre doscientas personas en el terremoto que asoló Pisco en 2007. Nos cobijamos bajo los árboles y sentadas en una banca meditamos, unos escandalosos loros rompen con la tranquilidad del parque. El ruido de los motores aumenta y el polvo amenaza con cubrirlo todo.
Huimos por la calle Comercio para llegar a otra plazuela, con cipreses pomposos y parlanchines ambulantes. Uno vende cremas exóticas y remedios naturales, tiene una culebra entre sus objetos; otro ofrece la salvación divina y carga folletos religiosos. Preguntamos por el Mercado, seguimos las pistas. Con frecuencia observo casas resquebrajadas y terrenos baldíos, sobre todo cuando más nos alejamos de la plaza, que al parecer las autoridades están más preocupadas en reconstruir que el resto de la ciudad. El calor aumenta.
Es mi primera vez en Pisco y trato de concentrarme en su población. Los afrodescendientes conforman un número significativo en la zona, es fácil notarlo, por esta razón esta localidad aparece en el mapa de las comunidades afroperuanas. Al establecerse los españoles aquí se dedicaron a los viñedos para producir aguardiente y vinos, con dicho comercio se enriquecieron rápidamente. Con el tiempo toda esta zona adquirió buena reputación por su diversa y rica producción de algodón, caña, menestras, olivos, viñas e incluso dátiles. La historia registra varias haciendas, entre ellas San Juan, San José, Santa Cruz, Santo Domingo, Lanchas, El Sapo, entre otras. En dichas haciendas y fundos la mano de obra no era otra que la de los esclavos. De modo que en tiempos del virrey don Pedro Toledo y Leiva, el Marqués de Mancera, entre 1640 y 1648, se registra que en el valle pisqueño vivían 1500 españoles y 4000 negros. Asimismo en la Monografía de Pisco (1947) de Mamerto Castillo Negrón (1910-2001), reconocido investigador local, apunta el origen de las calles como Puerto Guinea, Malambo y Malambito, que aluden a la población afro que se localizaba principalmente en estos barrios.
Es mi primera vez en Pisco y tengo mucha curiosidad. Tras varios rodeos al mercado, muy caótico y demasiado poblado de ambulantes, hallamos un librero. Compro varios libritos que recopilan la literatura pisqueña. Volvemos sobre nuestros pasos y descansamos bajo un ciprés. Un gorrión canturrea a pesar del excesivo calor. Es tiempo de regresar.

miércoles, 12 de enero de 2011

El Guayabo, San José y El Carmen (Chincha-Ica)


Foto 1: Danzantes de El Carmen.

El Guayabo, dulce como su gente

Para mí, el campo es siempre más cautivante que la ciudad, así que nos alejamos de Chincha Alta. Después de atravesar los sembríos, la combi abandona la Panamericana Sur y gira a la izquierda. El camino continúa oscilante entre el verdor de las chacras, cruza el puente sobre el río Matagente y sigue hasta llegar a la entrada de El Guayabo. Esta vez continúa hacia el poblado, hasta adentro, avanzando sobre una pista asfaltada (antes había que caminar un largo trecho empolvado). Los habitantes husmean entre sus ventanas y puertas para ver a los recién llegados, alcanzo a divisar algunos rostros afroperuanos en los alrededores. La plazita está descuidada, algunas paredes se muestran pintarrajeadas y los árboles están más altos y frondosos. El Guayabo es un poblado pequeño, no tan conocido, de gente entusiasta, dulce y trabajadora. Recuerdo haber acompañado a don Amador Ballumbrosio hasta aquí para enseñar a los niños a zapatear. Él decía que había que hacer escuela con ellos.



Foto 2: Milagros Carazas en San José.


San José, ecos de la esclavitud

Durante la colonia la compañía de Jesús tuvo a su cargo varias haciendas costeñas, entre ellas destacó San José, cuya mano de obra la proporcionaban los esclavos. Entre 1600 y 1750 dicha hacienda fue administrada por los jesuistas, después es trasladada al Conde de Monteamor y Monte Blanco, cuyos descendientes la administaron hasta finales del s. XIX. En 1879, durante la Guerra del Pacífico, 300 rebeldes asaltaron varias haciendas de los alrededores, como San José, Hoja Redonda y Alto Larán, que todavía conservaban esclavos. Esta rebelión fue rapidamente reprimida por las autoridades de la zona.

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La combi corre rauda hacia el siguiente poblado. Hemos preferido continuar a San José. El cobrador me comenta que la pista la hicieron hace tres años. Pienso, al fin. Aparece la ex hacienda hoy convertida en hotel y fábrica de conservas. Bajo la casa hay unas catacumbas. Según la historia, los esclavos eran traídos en barco hasta Tambo de Mora, encadenados caminaban en fila hasta aquí, para luego encerrarlos en ese laberinto húmedo, asfixiante y oscuro. Sus gritos y llantos se los llevó el viento. Muy cerca de las escaleras que conducen a la casa hay una pequeña habitación de castigo, conservan un cepo y unos grilletes. Aprisionan los tobillos y dejan marcas, con solo unos minutos y el dolor aumenta, para los esclavos que los detuvieron por días ahí debió ser una salvaje tortura. Pero eso quedó en el pasado.
Al frente del portón de la ex hacienda se erige una calle ancha, a cada lado las casitas de adobes, con muros anchos, más de un metro, eran llamados antes galpones. El camino polvoso nos invita a recorrerlo. Algunos vecinos han salido a refrescarse a la entrada de sus casas. Los niños corretean descalzos y las gallinas se cobijan bajo la sombra de un árbol. Giramos a la izquierda, hacia la parte más nueva, donde hay más casas de trabajadores. En el centro hay un parque alargado donde se ha implementado juegos para niños y una canchita de fútbol. Un acomedido vecino nos saluda. “Buenas, tardes”, dice. Es cierto, las horas han pasado y mientras esperamos a la combi, aparece un arco iris en el cielo. Es una buena señal, supongo.



Foto 3: Plaza de El Carmen al atardecer.
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El Carmen al ritmo afroperuano

Don Amador Ballumbrosio contaba que El Carmen era un villorio, que los esclavos que se escapaban eran refugiados por un cura aquí. Este distrito ha crecido desde entonces, la población afrodescendiente ha sabido convivir con los migrantes andinos y demás. Las palmeras de la plaza se extienden a no más poder, la iglesia se muestra más bella que antes, los niños y los vecinos pasean alrededor. A un extremo se escucha unos cajones y gente cantando, el ritmo ha contagiado a una pequeña, mueve la cintura, sus pasos son melodiosos, así en medio de la plaza ella baila y no le molesta que extraños la miren. Sus rulitos zambos sobre la cabeza también se balancean. Ya quisiera bailar así. “Escucha el ritmo de los tambores”, me dijeron un día, pues eso intento. El atardecer da paso a la noche, la música continúa y su ritmo se entremezcla con la algarabía de los niños y las santarositas que vuelan a ocultarse en las palmeras. Es El Carmen, con el ritmo afroperuano de siempre.

Chincha y lo afroperuano

Foto 1: Plaza de Chincha al atardecer.


Este año 2011 la investigadora sanmarquina Milagros Carazas y la poeta Tania Aguero Dejo reinician su recorrido por las comunidades afroperuanas, esta vez viajan al sur del país.


Regresar a Chincha

La primera vez que vine a Chincha fue en el año 92. Tenía un propósito muy concreto: recopilar la tradición oral, conversar con los más ancianos. En ese entonces aún era estudiante y veía a Chincha con ojos entusiastas y curiosos. Creo que eso no ha cambiado después de todos estos años. Esta vez vuelvo para un festival de fin de semana en El Carmen, pero eso ocurrió el sábado pasado y aún no me he ido. Es lunes. Cada ocasión que regreso a Chincha es lo mismo, me voy quedando y ya no deseo voler a Lima.
Recuerdo que a las 7 a.m. del sábado ya estábamos en el puente Atocongo persiguiendo al bus crema para viajar al sur. Tres horas pasan pronto viendo la película de turno, pero siempre he preferido el paisaje de los sembríos, las dunas o el mar que se aprecia tras la ventana. Un letrero anuncia la ciudad anhelada. En el paradero pugnamos por salir a las calles, entre mototaxis, ambulantes y bultos la misión no es tan fácil. Caminamos un buen tramo hasta llegar al mercado. Nada ha cambiado, ¿o sí? Más ambulantes, ticos, mototaxis, basura. Tantos años, tantos alcaldes y ni uno solo ha resuelto este problema. El caos es mayor.
Nos vamos a Grocio Prado, a casa de la Melchorita. Los feligreses son muchos; los vendedores de milagros, estampitas y detentes, más. Adentro, sentada en una de las bancas de madera medito, espero, observo. Las palomas cruzan el patio, un cacto ha crecido en el pequeño jardín, las paredes están pintadas con imágenes alusivas, muy cristianas. En la plaza, sentada a la sombra de una palmera, veo una estatua del personaje que da su nombre. Un muchacho que pasa le lanza unas piedras, sin puntería continúa su camino. Miro el cielo despejado. Abajo no hay pistas, el teléfono no funciona, la “r” de Grocio Prado de la municipalidad está por caerse. El calor aumenta, ya es casi mediodía.
En Chincha Alta se decía que si vas a comer que sea donde las Nieves, un par de ancianas, bajitas, con colita, pelo lacio, de rasgos andinos. Ellas cocinaban a leña. Tenían sus puestos en el Mercado. Pero de eso ¡uff! hace muchos veranos atrás. Busco a mi casero. Me sirve una sopa seca combinada con carapulcra para chuparse los dedos, después comemos fruta. Comida y fruta, lo mejor de Chincha. Caminamos esquivando mototaxis, los semáforos no necesariamente protegen a los transeúntes, los policías custodian bancos y los ambulantes estorban el paso en las veredas. En la plaza, las palmeras enfiladas retan al cielo, la iglesia permanece cerrada, el calor es agobiante. Las calles y algunos edificios llevan todavía apellidos extranjeros, de los antiguos hacendados o esclavistas, acaso las “viejas glorias”.
Han pasado varios días. El periódico del quiosco me trae a la realidad, es lunes. Montamos un tico a Sunampe, bajamos en la vitivinícola. Recorremos las pipas y probamos de todo. Con nuestras botellas de vino para compartir con la familia nos conducimos al paradero y de ahí a Lima. Llego a la conclusión de que Chincha es una ciudad sincrética, multiétnica y plural, también pujante y sería mejor con más orden, limpieza y sin ambulantes; pero eso es tarea del nuevo alcalde y los propios chinchanos. ¡Hummm! Es más realista y placentero ver el inigualable paisaje costeño desde la ventana del bus.

viernes, 7 de enero de 2011

Leoncio Bueno: “Mi voz, bien subversiva”.

Foto: El poeta Leoncio Bueno y Milagros Carazas en Tablada de Lurín (6/1/11).


Leoncio Bueno: “Mi voz, bien subversiva”. Una aproximación temática a su obra poética


En medio de la Amazonía la celda apestosa y plagada de mosquitos se cierne sobre Klaus Kinski, que luce despeinado y descompuesto. La cámara sigue al capitán. Lleva un bigotito muy fino y los ojos pícaros le brillan, su uniforme es de época. Masculla algo en inglés. La película Fiztcarraldo (1981) continúa pero ya le he perdido interés. Importaba ver la intervención del capitán que ha sido caracterizado ni nada más ni nada menos que por Leoncio Bueno. Aquel poeta de lenguaje coloquial, irreverente y enérgico, cuyo universo poético es la lucha campesina y proletaria, la migración a la ciudad y la supervivencia de los pueblos jóvenes en medio de las dunas.
El reconocido catedrático Marco Martos (1993) sostiene que hay tres autores del “vituperio de la corte y la alabanza de la aldea”, entre ellos están Mario Florián (Cajamarca, 1917 – Lima, 1900), Efraín Miranda (Puno, 1925), y Leoncio Bueno (Trujillo, 1920). Efectivamente, ellos son considerados como parte de la Generación 45/50, cuya obra destaca por la presencia de lo social y lo rural. En esta ocasión aprovecharé este artículo para referirme brevemente a la obra poética de Leoncio Bueno con el objetivo de enumerar algunos motivos temáticos de la misma.
Como algunos recordarán, L. B. es hijo de una relación interétnica conocida en el norte del país como afroyunga, tal como anuncia en el poema “Leoncio Bueno recordando a su padre”, a saber: "Mi mamá, que era una morena en razada y bien polenta,/ a veces desgranaba historias picantes sobre mi padre/ (...) Que era un cholo blancón, buen mozo y bien jijuna" (p. 30).


Se trata pues de un poeta de raigambre campesina, que ha sido migrante a la ciudad, en la que ha realizado diversos oficios como soldado de caballería, obrero, mecánico, periodista, portero. Asimismo ha sido sindicalista, luchador social y hasta revolucionario. Tampoco se puede olvidar que integró el Grupo Primero de Mayo, desde su fundación en 1957 hasta su retiro definitivo en 1968.
Ahora bien, L. B. es autor además de varios poemarios, cuyas ediciones han sido precarias y dirigidos a un público popular, entre ellos cabe señalar: Al pie del yunque (1966), Pastor de truenos, Invasión poderosa (1979), Rebuzno propio (1976), La guerra de los runas (1980) y Los últimos días de la ira (1990). Prácticamente sus inicios en la literatura coinciden con su ingreso a la política y el periodismo. En varias ocasiones se ha proclamado anarcotrotskista y se ha dedicado a escribir las páginas políticas y culturales de diarios y revistas, como Marka y Oiga. Debido a sus ideas antiimperialistas y su oposición a ciertos gobiernos fue perseguido y preso en varias ocasiones.
Su experiencia vivida y militancia política han impregnado su poesía de un lenguaje contestatario e irónico. Así lo testifica varios de sus poemas como “Sinfonía roja” en el que expresa: “Yo quisiera decirles la palabra más honda,/ la palabra que alienta, esa de acento/ tan puramente nuestro;/ la palabra que cantan el cincel y la fragua,/ la que silban el martillo y el yunque;/ las mansiones que crecen con el hambre del pueblo” (pp. 9-10).
El otro aspecto que se observa en sus versos es la alusión a espacios disímiles. La presencia del campo es uno de ellos, existen poemas nostálgicos referidos al río, el buey, la gallareta, el valle de Chicama, etc., en especial, en sus primeros poemarios. Esto es notorio en el poema dedicado “A la hacienda Facalá”, del que extraemos los siguientes versos: “¡No puedo volver a ti!/ Una tarde, desde la alta colina/ te vi por última vez,/ siempre verde y florida bajo el cielo otoñal./ Vi los álamos de tu río,/ oí el canto de tus gallos,/ todo a lo lejos se mecía/ como un sueño en las nubes” (p. 38).
Por otro lado, se menciona el desierto y cobra importancia también la ciudad, donde se ubican las barriadas construidas sobre las tierras eriazas de Comas y la Tablada de Lurín. De este modo Bueno alude a los conos y los pobladores marginales que han conquistado para sí la periferia de la capital. Esto es visible en poemas como “Canto del poblador de la barriada”, escrito en 1959, que dice: “Somos los explotados,/ los sin tierra, sin sol y sin oxígeno;/ somos los que en la urbe/ erguimos los rascacielos/ e inflamamos/ la cósmica elocuencia de las usinas” (p. 55). Es todo se percibe también en el celebrado poema “Wayno de Comas”, en el cual apunta: “Un día la masa dijo ¿somos o no somos?/ Tomamos estos cerros, he aquí, se alza una obra/ grande/ enganchada al remolino de la era espacial” (p. 75).
Poemas como estos y otros han permitido consolidar la imagen de que Bueno es el Poeta del arenal. Habría que señalar que para la literatura afroperuana es un autor de mucha relevancia que durante bastante tiempo ha permanecido al margen del canon. Sin embargo, en su momento, L. B. compartió el ámbito cultural de su generación y su obra fue alguna vez premiada. Ha sido amigo de Manuel Moreno Jimeno, Sebastián Salazar Bondy, Emilio Adolfo Westphalen, Alejandro Romualdo, Manuel Acosta Ojeda, Julián Huanay, y otros destacados intelectuales. Recuérdese que Bueno obtiene la Mención Honrosa en el Premio Nacional de Poesía en 1971 y la Mención Honrosa en el Premio Casa de las Américas en 1975.
Es necesario reencontrarse entonces con la obra poética y periodística de Leoncio Bueno, es decir atender por fin el mensaje de los cerros y las dunas, oír la estrepitosa voz de los runas. En definitiva, leer los versos de un poeta nonagenario que sigue escribiendo hasta romperse el alma “al golpe de hacha/ con toda raza/ duela a quien duela” (p. 17), como expresa en su poema “Autorretrato”. Pues su discurso poético ha sabido captar con agudeza los procesos de modernización del país, el desborde popular de las ciudades así como la convivencia de nuestras culturas en nuevos espacios de convivencia. Leer su obra hoy es una tarea ineludible.

BIBLIOGRAFÍA

BUENO, Leoncio
1966 Al pie del yunque. Lima: Grupo Intelectual Primero de Mayo
1968 Pastor de truenos. Lima: Ediciones Túngar.
1970 Invasión poderosa. Lima: Ediciones Túngar.
1976 Rebuzno propio. La dicha de los dinamiteros. Lima: Ediciones Arte/Reda.
1980 La guerra de los runas. Lima: Ediciones Túngar.
1990 Los últimos días de la ira. Lima. Edición del autor.

FORGUES, Roland
2007 Cantar de golondrino. Testimonio de vida. Lima: Editorial San Marcos.

MARTOS, Marco (Comp.)
1993 Documentos de literatura 1: La generación del cincuenta. Antología poética de la promoción 45/50. Lima: Masideas.

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Para mayor información sobre este personaje buscar en el blog Leoncio Bueno, el poeta del arenal en



martes, 4 de enero de 2011

Erasmo. Yanacón del valle de Chancay


Voces afroperuanas. Testimonio e identidad.


En una publicación de 1974, Erasmo Muñoz dice: “Sobre esta tierra dura / el hombre caminando va / en todo paso que da / se acerca a su sepultura”. Este es el inicio de una de sus décimas. Aquellas composiciones de diez versos octosílabos con las cuales los más conocedores competían unos con otros, acompañados de guitarra y cajón en el tambo los fines de semana. Iban con ropas nuevas, camisas blanquitas, el terno negro y el sombrero blanco. Así se vestían los negros de Aucallama, Chancay, Caqui, San José y otras haciendas en la primera mitad del siglo XX.
Hoy sólo tenemos para rememorar la historia de vida de don Erasmo, anciano de 69 años de edad, quien alguna vez fue entrevistado por José Matos Mar y Jorge Carvajal, como parte de una investigación universitaria. El resultado final fue un libro de 168 páginas, Erasmo. Yanacón del valle de Chancay, publicado por el IEP. Se encuentra agotado en las librerías y sin esperanza de ser reeditado. Sin embargo, se trata del testimonio más significativo de la cultura afroperuana, inclusive contiene once décimas y una oración.
Cabe señalar que John Beverley define el testimonio como “la narración contada [...] en primera persona gramatical por un narrador que es a la vez el protagonista (o el testigo) de su propio relato. Su unidad narrativa suele ser una ‘vida’ o una vivencia particularmente significativa”. Mientras que Margaret Randall considera que éste posee ciertos elementos como la entrega de una historia, la inmediatez, el uso de fuentes directas, el uso del material secundario y una alta calidad estética.
Ahora bien, don Erasmo Muñoz Zambrano (1895-1966) fue un negro fornido de 1.70 m. de altura y 98 kilos. Estuvo casado con Delfina, con quien tuvo seis hijos. Trabajó como yanacón en la hacienda algodonera de Caqui. Como es sabido, el yanaconaje fue un sistema de explotación de la tierra que fue cancelado con la reforma agraria. Don Erasmo considera que ésta era la principal causa del empobrecimiento de los trabajadores del campo. Él opina sabiamente que “la única manera de progresar es yendo a la escuela. Nosotros queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros, y el pobre puede llegar alto, debido únicamente a su cabeza”.
El discurso de Muñoz tiene una variedad temática asombrosa. Por ejemplo, describe la fiesta tradicional de la Virgen del Carmen que se celebra cada 16 de julio, la danza de los moros y cristianos, la crianza y pelea de gallos, el “chichirimico” o la brujería en el valle, la culinaria local, etc. Tampoco se puede obviar la riqueza expresiva de su discurso popular, que bien puede ser definido como original, crítico y aleccionador. Fernando Romero rescata para su ya clásico diccionario varios afronegrismos.
Para la investigadora Milena Cáceres, la dramatización de las danzas de moros y cristianos en el Perú es la expresión de la sabiduría popular (andina) y la herencia hispana, en un intento de representar la reconciliación de dos pueblos. En el valle de Chancay, esta danza se realizó con el apoyo del hacendado Pedro Recavarren, en 1923 y en 1924. Al parecer Guillermo Solano, un negro de Cañete, viaja al lugar y trae consigo un cuaderno antiguo, en el que se conservaban varias canciones. Don Erasmo relata detalladamente lo que presenció entonces cuando aún era muy joven e incluso recita varios fragmentos.
Él demuestra también un gusto muy especial por los dulces, como el terranova y el changuito. Explica paso a paso su preparación y distingue dos tipos, un sango dulce y otro salado. Para este último, “el maíz tostado se muele y se mezcla con manteca de chancho, luego se le añade sal y un poco de chicharra, que es el residuo de los chicharrones. Con todo esto se hace una masa y se le da forma de papa rellena y está lista para comer”.
Así el testimonio de don Erasmo logra la representación del sujeto afroperuano y del campesino costeño así como describe la discriminación racial y el rechazo de los sectores populares de la costa. Es un texto fundamental que rescata y difunde la tradición oral de nuestras comunidades afroperuanas, como la de Aucallama.
Ya no existen las haciendas de algodón ni el yanaconaje en ese valle. Los negros viejos de Chancay fallecieron. Ellos cantaban, zapateaban y bailaban marinera. Actualmente, se organiza un concurso municipal de décimas en Aucallama cada año, sólo uno de los hijos de Erasmo vive y una de sus bisnietas declama versos.
El camino a Caqui atraviesa los sembríos, cruza un puente envejecido, se abre paso por un cerro pedregoso y luego como una aparición surge al fin su poblado. Se puede apreciar todavía las pinturas del s. XIX sobre los muros, en el patio central de la ex casa hacienda. En las noches el viento trae el rumor del cajón y la guitarra, aún se escucha una voz que repite ayer como hoy: ¡Oh dinero cuanto vales / quién te pudiera guardar! / porque al rico lo engrandeces / y al pobre lo abates más”.
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Publicado en El Dominical del diario El Comercio. Lima, 28 de noviembre de 2010, pp. 12-13.