La comunidad afroperuana ha perdido a uno de sus miembros más queridos, Amador Ballumbrosio de El Carmen. A continuación un fragmento de su original, sabio y alegre testimonio (El Tordo guarda silencio respetuoso).
LA CHELECA Y EL NEGRO JOSÉ
Fueron las mujeres a hablar a la oficina del señor Miguel. Esto fue por el 62, algo así. Te voy a decir que las mujeres le hicieron huelga. “¡Cómo es posible que los hombres hayan ganado más que nosotras que somos mujeres!”. El patrón, dijo entonces: “Bien. Si ustedes quieren ganar igual, tienen que hacer el trabajo que hacen los hombres…”. “Así que las mujeres quieren ganar igual que nosotros”. “Sí, porque cuando llegan al trabajo los hombres se echan a dormir y somos nosotras las mujeres que (nos) ponemos a cocinar y si están con su pantalón roto, hay que ponerle su parche, si está sucio a lavarlo y… en la noche todavía ¡Arriba Perú!”. “Bueno, -dijo el señor Miguel- se van con una de las mujeres a trabajar, y ustedes los hombres llevan al negro José a trabajar. Los dos solitos”. José era un solterón y nunca había enamorado nada, sólo trabajaba, pero bien ese negro. “Escojan ustedes su persona que va a competir con José”. Era imparable trabajando. En el día se ganaba dos, tres jornales. Imparable. Escogieron ellas a una chola chinchana que tenía sus veinticinco, la Cheleca, una chola dura, palomilla… Llegaron seis y media de la mañana, tenían que entrar a las siete. Llegaron de un camino a Branchi. Comenzó a tomar su desayuno el José, la miraba a la chola. Llegó las siete, po, po, a trabajar. La Cheleca dijo así: “En nombre de Dios, y la Santísima Virgen del mismo Carmen”. Comenzaron. La Cheleca, un metro treinta, más o menos. Comenzaron a apañar el algodón. Eso fue en febrero. Y pa, pa, pa a las diez de la mañana (porque se trabajaba hasta las doce nomás), que hace ese calor, el negro José se sacaba 150 metros de ventaja, y la chola Cheleca miró, entonces, como Eva, desnudita, se desnudó, pa, pa, pa, y avanzó, fooo, avanzó, avanzó, avanzó. “Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, ay, ay, ay”. La chola cantando ahí, y el negro José no miraba nada, no podía mirar nada, y la chola, dale que dale. Cuando el hombre miró atrás, ya no podía arrancar para adelante. No podía voltear adelante. Dijo: “Ay, ay, qué bonito estoy mirando, ay, ay, ay, yo nunca he visto esas cosas… ay, ay, ay”. El dueño, el caporal, tenían que venir y, pun, ya había terminado la Cheleca y el negro había quedado en la mitad. La Cheleca se fue para un lado, agarró su morral, sacó su botella de agua, ¡fuu! Se lavó, se cambió de vestido, guardó su ropa de trabajo, después agarró su espejo, se echó colorete. Entonces cuando llegó el señor Miguel, el negro estaba… una cosa rara. Estaba agotado, pues. Entonces, “¡José!”, el hombre máquina, “José, ¿qué te ha pasado?”, “Yo mismo ni sé”. Oiga, botado el negro. La chola tranquilita. Don Miguel al caporal. “¡Ya, de hoy en adelante, págale a todos iguales!” Era el tiempo de Prado. Las mujeres igual a los hombres.
Y por ejemplo, yo llego con mi pago y ella también y, pa, entrega la plata. Yo tenía que agarrar un poco para mí y ella: “¿cómo?, ¡tanto!”. Pero el hombre tiene que emplear su palabra y tratar bien, sino en la noche estamos cantando: “Ábreme la puerta…”
Fueron las mujeres a hablar a la oficina del señor Miguel. Esto fue por el 62, algo así. Te voy a decir que las mujeres le hicieron huelga. “¡Cómo es posible que los hombres hayan ganado más que nosotras que somos mujeres!”. El patrón, dijo entonces: “Bien. Si ustedes quieren ganar igual, tienen que hacer el trabajo que hacen los hombres…”. “Así que las mujeres quieren ganar igual que nosotros”. “Sí, porque cuando llegan al trabajo los hombres se echan a dormir y somos nosotras las mujeres que (nos) ponemos a cocinar y si están con su pantalón roto, hay que ponerle su parche, si está sucio a lavarlo y… en la noche todavía ¡Arriba Perú!”. “Bueno, -dijo el señor Miguel- se van con una de las mujeres a trabajar, y ustedes los hombres llevan al negro José a trabajar. Los dos solitos”. José era un solterón y nunca había enamorado nada, sólo trabajaba, pero bien ese negro. “Escojan ustedes su persona que va a competir con José”. Era imparable trabajando. En el día se ganaba dos, tres jornales. Imparable. Escogieron ellas a una chola chinchana que tenía sus veinticinco, la Cheleca, una chola dura, palomilla… Llegaron seis y media de la mañana, tenían que entrar a las siete. Llegaron de un camino a Branchi. Comenzó a tomar su desayuno el José, la miraba a la chola. Llegó las siete, po, po, a trabajar. La Cheleca dijo así: “En nombre de Dios, y la Santísima Virgen del mismo Carmen”. Comenzaron. La Cheleca, un metro treinta, más o menos. Comenzaron a apañar el algodón. Eso fue en febrero. Y pa, pa, pa a las diez de la mañana (porque se trabajaba hasta las doce nomás), que hace ese calor, el negro José se sacaba 150 metros de ventaja, y la chola Cheleca miró, entonces, como Eva, desnudita, se desnudó, pa, pa, pa, y avanzó, fooo, avanzó, avanzó, avanzó. “Estas son las mañanitas que cantaba el rey David, ay, ay, ay”. La chola cantando ahí, y el negro José no miraba nada, no podía mirar nada, y la chola, dale que dale. Cuando el hombre miró atrás, ya no podía arrancar para adelante. No podía voltear adelante. Dijo: “Ay, ay, qué bonito estoy mirando, ay, ay, ay, yo nunca he visto esas cosas… ay, ay, ay”. El dueño, el caporal, tenían que venir y, pun, ya había terminado la Cheleca y el negro había quedado en la mitad. La Cheleca se fue para un lado, agarró su morral, sacó su botella de agua, ¡fuu! Se lavó, se cambió de vestido, guardó su ropa de trabajo, después agarró su espejo, se echó colorete. Entonces cuando llegó el señor Miguel, el negro estaba… una cosa rara. Estaba agotado, pues. Entonces, “¡José!”, el hombre máquina, “José, ¿qué te ha pasado?”, “Yo mismo ni sé”. Oiga, botado el negro. La chola tranquilita. Don Miguel al caporal. “¡Ya, de hoy en adelante, págale a todos iguales!” Era el tiempo de Prado. Las mujeres igual a los hombres.
Y por ejemplo, yo llego con mi pago y ella también y, pa, entrega la plata. Yo tenía que agarrar un poco para mí y ella: “¿cómo?, ¡tanto!”. Pero el hombre tiene que emplear su palabra y tratar bien, sino en la noche estamos cantando: “Ábreme la puerta…”
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Tomado del libro Acuntilu tilu ñao. Tradición oral de Chincha de Milagros Carazas. Lima: Terramar Editores, 2002.
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