lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Negro, moreno o afroperuano? Racismo y discriminación del lenguaje


Por:Milagros Carazas

Desde la Conquista, en el siglo XVI, el Perú se ha formado a partir del intercambio cultural. En ese entonces los protagonistas fueron españoles, indígenas y negros. La convivencia ha sido traumática durante estos siglos, entre otras razones por la discriminación, presente aún. Una muestra son las diversas denominaciones dadas a los afroperuanos.


¿Fueron 13 los de la isla del Gallo? Fernando Romero (1) afirma que eran 14 los expedicionarios de Francisco Pizarro que atravesaron la línea trazada por él con su espada en la arena para seguir el viaje al sur y no regresar con el comisionado Tafur a Panamá. Una relectura más atenta y documentada corrige lo acontecido en el segundo viaje de la expedición de Almagro y Pizarro en busca del Tahuantinsuyo, en 1526 y 1527. En realidad, los que continuaron el viaje fueron más bien 14, con mayor exactitud los 13 españoles y un “negro de guinea”. No se sabe con seguridad cuál fue su nombre, pero por lo menos se tiene noticias de que era un “esclavo” que acompañaba a Alonso de Molina. Siete meses después, en abril de 1528, los expedicionarios recorren el Golfo de Guayaquil y llegan a Tumbes para desembarcar al fin en tierras incaicas. El historiador José Antonio del Busto (2) cuenta que los indígenas no se sintieron atraídos por las armas, los utensilios o la vestimenta que traían consigo los españoles. En cambio, mostraban gran curiosidad por este decimocuarto expedicionario, el “esclavo negro”. Entonces, le ofrecieron agua para que se lavase pensando que el color de su piel cetrina se debía a que estaba cubierto de polvo del camino, pero luego de las abluciones el esclavo seguía igual. Los indígenas tumbesinos se quedaron absortos y confundidos porque no podían creer lo que veían en ese momento, mientras que el negro se reía mostrando su dentadura blanca con mucha soltura. El episodio más que curioso es muy significativo, porque revela el preciso momento en que ocurre el encuentro entre blancos, indígenas y negros, los tres grupos étnicos que formarían nuestro país. Esto bien puede ser entendido, según Tzvetan Todorov (3), como el momento en que se descubre al otro y surge entonces la problemática de la alteridad (el reconocimiento que hace “uno” del “otro”) y la identidad (sinónimo de unidad). En otras palabras, el yo se reconoce a sí mismo como parte de un grupo con el que se identifica y se establecen relaciones con el otro, que es diferente. Esto se inició en el siglo XVI y desde entonces se ha dado un largo proceso de intercambio, mestizaje racial y conflicto cultural cuyos efectos y consecuencias traumáticas se perciben hasta hoy en el Perú.Nuestro país es resultado de este encuentro y de la convivencia entre estos grupos. Se ha constituido en el “Perú de todas las sangres”, para usar una metáfora muy actual de José María Arguedas. Asimismo, la presencia del sujeto negro no sólo es observada en la historia, quizás en un principio como un elemento marginal y ahora cada vez más visible como un miembro integrante de la sociedad peruana; sino que éste aparece en los discursos, es descrito por medio del lenguaje, en un intento de representación del otro. Si asumimos que la “discriminación” es considerar o tratar como inferior a una persona o colectividad por su raza, cultura, clase social, situación económica, género u otro aspecto; podemos decir entonces que la sociedad peruana es una sociedad que no ha podido escapar a la discriminación ni a los prejuicios raciales, aunque éstos aparezcan muchas veces de manera velada y no se quiera aceptar abiertamente su existencia. Valorar a la persona humana de acuerdo con la pigmentación es algo inconsistente, pero se trata de una práctica todavía vigente en algunos círculos sociales.Una forma de advertir este fenómeno es por medio del lenguaje. Éste bien puede ser usado como elemento discriminador. Interesan para este artículo las diversas denominaciones que con frecuencia el hablante usa para designar y calificar al sujeto negro, pues al hacerlo le otorga un valor negativo o positivo, construye una imagen representativa en torno a éste. Asimismo, el lenguaje contiene valores e imágenes que aparecen de manera inconsciente o intencionalmente y algunas veces permiten la crítica, mientras que la mayor parte refuerzan los estereotipos y prejuicios de una sociedad. Así es importante considerar el ámbito de lo no-blanco para dar cuenta de los grupos étnicos o sociales que se distinguen del blanco, buen heredero de lo hispano. Por lo pronto, ubiquemos al negro en este campo semántico, al no haber uno más adecuado. Recuérdese que el término “negro” se deriva del latín niger, nigra, nigrum. Desde un inicio ha sido usado para designar al africano, el cual ha quedado caracterizado por el color de su piel. David Brion Davis (4) afirma que era también común el uso de “moro” o “etíope”. Con la expansión de la esclavitud y el descubrimiento de América, los comerciantes negreros, en su mayoría europeos, optaron por llamarlo de forma diferente en cada uno de sus idiomas. Así, es un “negro” para los españoles y los portugueses, un noir para los franceses y un black para los ingleses. En cualquier caso, la palabra llevaba y lleva aún connotaciones negativas; por ejemplo, nigger es usado también como un insulto en el contexto angloamericano en la actualidad. Ahora, cabe preguntarse cómo es nombrado este sujeto, con qué apelativos o, mejor dicho, con qué otras marcas. En el pasado era común referirse al comercio de esclavos negros como “cargamento de ébano” o, peor aún, como “carne de ébano”. Entre las categorías habituales para el negro en la Colonia, sobre todo para señalar su situación social, eran, por ejemplo: bozal (esclavo africano), ladino (esclavo aculturado), cimarrón (esclavo fugado), horro o liberto. En el siglo XVIII se pone énfasis en clasificar los individuos de acuerdo con el color de la piel. Esta clasificación pigmentocrática generó otras posibilidades, atendiendo a la mezcla racial, como mulato, moreno, zambo, sacalagua, cuarterón, quinterón, chino y prieto, entre otros. A partir de entonces desapareció la distinción por naciones (africanas) y se volvió corriente el eufemismo “pardo” para aludir a todos los individuos negros en una totalidad amorfa.En la actualidad, algunos de estos apelativos han quedado en desuso, pero otros siguen vigentes. A éstos se les han sumado ciertos eufemismos que resultan más sutiles y en algunos casos son aparentemente menos ofensivos, como acanelado, canela o bronceado. Es interesante observar que se prefiere usar moreno en vez del vocablo negro para no herir la sensibilidad del otro y eludir de alguna manera la carga ofensiva que tiene éste en la sociedad hoy en día. Por otro lado, se suele escuchar frases despectivas como “color modesto” o “gente de color”, en clara alusión ya no sólo a la tez, sino, además, a la situación económica baja. En ocasiones se prefiere el uso de frases como “de medio pelo”, “es del pelo” o “tiene el pelo apretado” para llamar la atención sobre un rasgo físico, insinuando que la persona, al no ser lacia, tiene una mezcla racial y está emparentada con el negro. También se toma atención a otros rasgos del aspecto físico, como la boca y la nariz; de modo que mientras más grandes, más fealdad se le atribuye al sujeto. Por ejemplo, se dice: “negro bembón” o “negro ñato”. En cambio, entre las formas irónicas que rayan con el insulto y la ofensa podrían considerarse aceitunado o, peor aún, negro berenjena, negro simio, etcétera.También es frecuente agregar el adjetivo “negroide” para designar alguna manifestación musical o cultural; pero lo significativo es que no se usa, por ejemplo, el adjetivo “blancoide” para otro tipo de manifestaciones de la cultura ¿blanca? Mientras que para recordar el origen geográfico del sujeto negro se antepone el prefijo “afro” como sucede en afroperuano, afrocaribeño, afrohispanoamericano y demás. Ésta es una denominación positiva que intenta remitirnos al pasado africano. Así es expresada con mucho orgullo por los integrantes de la etnia negra.En todo caso, dichas expresiones son posibilidades para nombrar lo mismo, el sujeto negro. Digamos que éstas son las más comunes. Dependiendo del interlocutor se elige la más conveniente, ya sea para señalar, distinguir y hasta ofender al “otro”, que siempre es distinto a “nosotros”. Es decir, se marcan las diferencias, así como se establecen jerarquías de los individuos de acuerdo con el color de la piel. Lo anterior se relaciona íntimamente con el prejuicio racial, que es de larga trayectoria histórica. Carmen Arce Vázquez afirma que en lo que toca al negro se fundamenta en tres supuestos (5). El primero es creer que una raza pueda ser débil e incapaz en comparación con otra, es decir, nos movemos en los parámetros de superioridad/inferioridad y blanco/negro. El segundo supuesto colinda con lo erótico, en el reconocimiento de cierta superioridad sexual del negro. Este sujeto tendría un goce diferente, a veces agresivo y guiado por los instintos, casi animal. Aquí se hace efectiva la dicotomía deseo/rechazo. Por último, tenemos la identidad primitiva o, si se quiere, salvaje que se le atribuye al sujeto negro. Tal vez tenga que ver con su origen africano y la relación naturaleza/cultura. Pero lo concreto es que ninguno de estos supuestos logra convencernos. Además, están los estereotipos que intentan encasillar al sujeto negro. En el contexto peruano, las imágenes mayormente negativas se remontan al pasado colonial: las mujeres negras eran las amas de leche, las esclavas realizaban labores domésticas y ocasionalmente se convertían en las amantes de sus dueños; en cambio, los hombres negros eran considerados esencialmente flojos para el trabajo y hábiles para la lujuria. Por ello se creía que debían ser tratados con mano dura. En el siglo XIX, las imágenes no varían mucho, a pesar de la abolición de la esclavitud. Por el contrario, ésta produjo una desconfianza generalizada hacia ellos. Las mujeres negras y mulatas desempeñaban diversos roles, pero frecuentemente se empleaban como nodrizas, niñeras o sirvientas de la casa familiar. También podían ser catalogadas como negras belicosas, con una agresividad verbal que podía meter en líos judiciales a sus amos si no les otorgaban la libertad prometida en esos momentos de sometimiento sexual. De otro lado, los hombres negros proporcionaron principalmente dos imágenes contrapuestas: una era idealizada como la del buen esclavo si era sumiso, y la otra es más bien negativa: al ser libre el negro, podía ser encasillado en estereotipos como mal trabajador, delincuente, bandolero o de poco fiar si trabaja por su cuenta. Sus oficios y empleos parecen reducirse a tamaleros, aguateros, caleseros, domésticos o fruteros; por lo menos, así son retratados en la época. En el siglo XX, estas imágenes han pasado a formar parte del imaginario local, convirtiéndose en una pesada carga para la población afroperuana que no siempre se puede librar de los estereotipos raciales y hasta a veces sexuales. Por ejemplo, se espera que el negro cumpla ciertas actividades en la sociedad actual, tales como amante, deportista, músico, bailarín, sirviente, portero, chofer, cargador de muertos y delincuente. Pero el sujeto negro ha demostrado, con ciertas restricciones, que puede superar estos intentos de encajonarlo en estos graciosos oficios y roles marginales. Estas reflexiones permiten considerar a continuación el parámetro inclusión/exclusión del elemento negro en la sociedad. Por lo menos, en los sectores populares se tiende más a lo primero; en cambio, en la clase dominante (blanca) funcionan patrones y valores de la ideología racista. Entonces, la tolerancia no es algo generalizado. En el Perú, José Carlos Luciano (6) ha podido identificar cuatro mecanismos de exclusión-marginación. Éstos son los siguientes: a) el sistema político, que participa de la desigualdad y permite un ejercicio relativo de los derechos ciudadanos y las libertades; b) el sistema educativo, que no propicia valores de tolerancia, igualdad y diversidad, sino que impone un modelo educativo homogeneizador, alentando el blanqueamiento y la occidentalización; c) el del mercado laboral y de las relaciones de trabajo, que segregan y discriminan, negando las posibilidades de superación; y d) el sistema judicial, que es básicamente excluyente, desconociendo la diversidad cultural y el pluralismo étnico. Éstos son los pilares a partir de los cuales se construye las diferentes formas de exclusión en nuestro país. De otro lado, está la respuesta del negro ante los mecanismos de poder y la ideología racista. Es él, después de todo, el receptor del prejuicio. Se sabe que hay dos formas de respuesta: la aceptación y el rechazo. En el primer caso, el sujeto negro no sólo acepta estos prejuicios, sino que los asimila, los interioriza. Un buen ejemplo se observa en el uso de la frase “mejorar la raza”: es decir, se opta por el mestizaje, se busca el “blanqueamiento” no sólo racial, sino incluso social, adoptando maneras y actitudes del blanco. En cambio, en el otro caso, el rechazo consciente del negro a la discriminación puede entenderse como un acto subversivo o una amenaza, la perturbación del orden de lo establecido.Es más, el racismo y la discriminación adquieren formas verbales, hay un lenguaje racista de uso cotidiano que califica negativamente lo negro. Por ejemplo, el movimiento Francisco Congo advierte que hay un conjunto de expresiones del léxico local que debiera eliminarse, como: a) tenía que ser negro; b) he tenido un día negro; c) existe una mano negra; d) negro corriendo es ladrón; e) negro no canta en puna; f) qué suerte tan negra; g) trabajé como negro; h) eres la oveja negra de la familia; i) el negro piensa hasta las 12 del día. Como se aprecia, la palabra negro usada como adjetivo lleva connotaciones de infortunio, miseria o bajeza; en cambio, cuando es usada como sustantivo no sólo designa el color de su piel, sino que descalifica al sujeto, se emplea de manera peyorativa. Vale la pena advertir que el ítem e) es una variante más aceptable que “gallinazo no canta en puna”. Ésta sí es una expresión mucho más hiriente, que tiene su antecedente histórico en el siglo XVII, cuando los negros esclavos llevados a la Sierra para trabajar en las minas sufrían de soroche (o mal de las alturas). Más tarde, se siguió usando “gallinazo” como nombre común de los negros, pues todavía hoy es vigente.En el ámbito local es común el uso de “grone” (anagrama de negro) para referirse a los jugadores de Alianza Lima, club deportivo conocido por la presencia de negros en su equipo de fútbol. En otras ocasiones se prefiere “familia” para aludir al grupo racial al que pertenece el sujeto negro. Tampoco puede descuidarse el sentido que cobran frases como “zamba canuta”, cuando alguien quiere decir que ha sido insultado gravemente o “se quedó con los crespos hechos” para referir que se estaba ataviado o preparado, pero algo resultó mal. En ambos casos se nota una cierta negatividad en las expresiones. La literatura tampoco ha podido escapar a este tipo de lenguaje discriminador y a veces claramente racista. Se han creado algunos símbolos de color para llamarlos de alguna forma. Éstos son, por ejemplo: la muerte negra, el caballero negro, las artes negras, una lista negra, los bandoleros negros, el humor negro, el correo negro, la leyenda negra, el mercado negro y demás. Incluso se ha producido todo un género de novela negra, no porque los novelistas sean negros, sino llamados así en cuanto al género derivado de la novela policial clásica.Para terminar, el afroperuano puede que todavía no haya podido contrarrestar con éxito las falsas imágenes construidas en torno suyo por una ideología impuesta desde los espacios de poder, con sus propios estereotipos y prejuicios. Sin embargo, ha sabido influenciar culturalmente a nuestra sociedad. Por eso es urgente empezar a referirse a él sin esa carga negativa con que estamos erróneamente acostumbrados, ya que es y seguirá siendo un elemento fundamental en la formación de la identidad nacional.

http://www.editoraperu.com.pe/identidades/48/ensayo.asp

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola Milagros,

Qué gusto me da encontrar un blog tuyo en la red.

Sabes me llamó mucho la atención el articulo sobre "Racismo y discriminación del lenguaje". Por ello, permíteme escribirte algunas cuantas ideas.

Creo que el lenguaje en sí (en este caso la lengua) no es racista ni discriminatoria, pero sí se puede a través de ella discriminar.
Es decir, en este caso, la lengua funciona, como un reflejo (o instrumento) del prejuicio (de naturaleza mental)hacia los afroperuanos. La lengua sobre todo en el léxico es reflejo cultural.En sí la palabra "negro" mo tieme nada de ofensivo, si y solo sí sacasemos nuestra acervo ideologico racista de la mente.

Gracias..


Atte.

Gerardo Manuel