Foto 2: Antiguo Palacio Municipal
Amanece el día domingo. Hemos decidido levantarnos temprano y trasladarnos a Pisco, que está como a 45 minutos de Chincha. El pasaje es muy barato, no sobre pasa los tres nuevos soles. En el trayecto se puede apreciar más sembríos de algodón, maíz, viñas, higueras y demás. Cuando nos alejamos lo suficiente aparecen las dunas, la arena inhóspita de antes cede paso a los asentamientos humanos. En el cruce, al fin, la coaster gira a la derecha por una vía asfaltada hasta aproximarse al centro de la ciudad.
Caminamos entre cúmulos de tierra, bandas de peligro y bulliciosos tractores. En medio de la plaza se ubica el monumento a San Martín, el libertador argentino que desembarcó en la bahía de Paracas y ordenó que las tropas patriotas se refugien en la hacienda de Caucato en 1820. Habría que señalar que la llegada del Libertador provocó que muchos esclavos abandonaran las haciendas y se sumaran a los batallones del ejército separatista. Anónimos afrodescendientes sin uniforme, de a pie, pero con mucho valentía.
Caminamos entre cúmulos de tierra, bandas de peligro y bulliciosos tractores. En medio de la plaza se ubica el monumento a San Martín, el libertador argentino que desembarcó en la bahía de Paracas y ordenó que las tropas patriotas se refugien en la hacienda de Caucato en 1820. Habría que señalar que la llegada del Libertador provocó que muchos esclavos abandonaran las haciendas y se sumaran a los batallones del ejército separatista. Anónimos afrodescendientes sin uniforme, de a pie, pero con mucho valentía.
En una esquina de la plaza se levanta un edificio morisco que hacía las veces de Palacio Municipal, ahora se encuentra olvidado y poblado de palomas y gallinazos. Aún así se aprecia algo de su esplendor y caprichosa arquitectura. Al lado, se ubica un edificio en construcción que debe ser la iglesia, la anterior se derrumbó sobre doscientas personas en el terremoto que asoló Pisco en 2007. Nos cobijamos bajo los árboles y sentadas en una banca meditamos, unos escandalosos loros rompen con la tranquilidad del parque. El ruido de los motores aumenta y el polvo amenaza con cubrirlo todo.
Huimos por la calle Comercio para llegar a otra plazuela, con cipreses pomposos y parlanchines ambulantes. Uno vende cremas exóticas y remedios naturales, tiene una culebra entre sus objetos; otro ofrece la salvación divina y carga folletos religiosos. Preguntamos por el Mercado, seguimos las pistas. Con frecuencia observo casas resquebrajadas y terrenos baldíos, sobre todo cuando más nos alejamos de la plaza, que al parecer las autoridades están más preocupadas en reconstruir que el resto de la ciudad. El calor aumenta.
Es mi primera vez en Pisco y trato de concentrarme en su población. Los afrodescendientes conforman un número significativo en la zona, es fácil notarlo, por esta razón esta localidad aparece en el mapa de las comunidades afroperuanas. Al establecerse los españoles aquí se dedicaron a los viñedos para producir aguardiente y vinos, con dicho comercio se enriquecieron rápidamente. Con el tiempo toda esta zona adquirió buena reputación por su diversa y rica producción de algodón, caña, menestras, olivos, viñas e incluso dátiles. La historia registra varias haciendas, entre ellas San Juan, San José, Santa Cruz, Santo Domingo, Lanchas, El Sapo, entre otras. En dichas haciendas y fundos la mano de obra no era otra que la de los esclavos. De modo que en tiempos del virrey don Pedro Toledo y Leiva, el Marqués de Mancera, entre 1640 y 1648, se registra que en el valle pisqueño vivían 1500 españoles y 4000 negros. Asimismo en la Monografía de Pisco (1947) de Mamerto Castillo Negrón (1910-2001), reconocido investigador local, apunta el origen de las calles como Puerto Guinea, Malambo y Malambito, que aluden a la población afro que se localizaba principalmente en estos barrios.
Es mi primera vez en Pisco y tengo mucha curiosidad. Tras varios rodeos al mercado, muy caótico y demasiado poblado de ambulantes, hallamos un librero. Compro varios libritos que recopilan la literatura pisqueña. Volvemos sobre nuestros pasos y descansamos bajo un ciprés. Un gorrión canturrea a pesar del excesivo calor. Es tiempo de regresar.
Huimos por la calle Comercio para llegar a otra plazuela, con cipreses pomposos y parlanchines ambulantes. Uno vende cremas exóticas y remedios naturales, tiene una culebra entre sus objetos; otro ofrece la salvación divina y carga folletos religiosos. Preguntamos por el Mercado, seguimos las pistas. Con frecuencia observo casas resquebrajadas y terrenos baldíos, sobre todo cuando más nos alejamos de la plaza, que al parecer las autoridades están más preocupadas en reconstruir que el resto de la ciudad. El calor aumenta.
Es mi primera vez en Pisco y trato de concentrarme en su población. Los afrodescendientes conforman un número significativo en la zona, es fácil notarlo, por esta razón esta localidad aparece en el mapa de las comunidades afroperuanas. Al establecerse los españoles aquí se dedicaron a los viñedos para producir aguardiente y vinos, con dicho comercio se enriquecieron rápidamente. Con el tiempo toda esta zona adquirió buena reputación por su diversa y rica producción de algodón, caña, menestras, olivos, viñas e incluso dátiles. La historia registra varias haciendas, entre ellas San Juan, San José, Santa Cruz, Santo Domingo, Lanchas, El Sapo, entre otras. En dichas haciendas y fundos la mano de obra no era otra que la de los esclavos. De modo que en tiempos del virrey don Pedro Toledo y Leiva, el Marqués de Mancera, entre 1640 y 1648, se registra que en el valle pisqueño vivían 1500 españoles y 4000 negros. Asimismo en la Monografía de Pisco (1947) de Mamerto Castillo Negrón (1910-2001), reconocido investigador local, apunta el origen de las calles como Puerto Guinea, Malambo y Malambito, que aluden a la población afro que se localizaba principalmente en estos barrios.
Es mi primera vez en Pisco y tengo mucha curiosidad. Tras varios rodeos al mercado, muy caótico y demasiado poblado de ambulantes, hallamos un librero. Compro varios libritos que recopilan la literatura pisqueña. Volvemos sobre nuestros pasos y descansamos bajo un ciprés. Un gorrión canturrea a pesar del excesivo calor. Es tiempo de regresar.
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