Jueves 17 de diciembre de 2009
Nos hemos levantado muy temprano para subir al Cerro mirador, llamado también El ahorcado. cuentan los lugareños que en el pasado, ahoracaban a los esclavos como castigo y para amedrentar a los demás. Desde allá arriba se observa un lado del valle, es un día nublado así que no divisamos el mar. El viento sopla pero no está cargado negativamente, con el lamento de los muertos, por el contrario se percibe una libertad única. Quizá los esclavos al morir también sintieron lo mismo. Espero que hay sido así. Estamos rodeados de sembríos. La naturaleza es espléndida y alimenta mi corazón. Después del almuerzo hemos huido del calor y nos hemos cobijado sabiamente debajo de un enorme mango. Descubrimos a la chilala, parece reirse de nosotras. A que no le tomamos una foto, es muy escurridiza. Sí, ahora se burla, pero persistimos en nuestro cometido. Ya son dos, a lo lejos cantan. Al ver que nos retiramos se aproximan y otra vez ese cantito burlón.
En la tarde, a las 3:30 p.m., nos asomamos por el Museo afroperuano. Carmen y don Santos nos reciben con una amplia sonrisa. Recorremos las cuatro salas, cada una trae sorpresas y novedades. Reconozco el muñeco Chumbeque, mi madre solía mencionarlo en Lima; en otra vitrina hay una representación del oricha Changó; más allá me enamoró de los instrumentos de la siguiente sala; después con curiosidad observo las representaciones costumbristas de Zaña, realizadas por una vecina de la zona. Al caer la tarde y con menos sol, caminamos rumbo a la Otra Banda, está cruzando el río Zaña; pero antes es necesario balancearse un rato en el puente colgante. Cuando al fin llegamos las palmeras nos dan la bienvenida, son dieciocho, esbeltas y enooormes. La casa-hacienda está cerra y muy descuidada. El ocaso aquí es hermoso. Hemos aprovechado el momento para conversar amenamente, fotografiar aves y conocernos mejor. Ha sido un día agotador y cautivante. Si a alguien no le molesta caminar y empolvarse los zapatos, llegará a la misma conclusión.
En foto: el Museo afroperuano de Zaña, fundado a iniciativa del investigador Luis Rocca.
Viernes 18 de diciembre de 2009
Después del desayuno nos hemos escapado a un bosquesillo de algarrobos detrás del cementerio. No hay huellas de personas pero sí de ganado. Una lechuza lanza un chillido escandaloso y avisa a las demás aves que hemos llegado. Nos quedamos muy quietas y preferimos grabar sus cantos. Al rato nos acercamos más para fotografiarlas. Hallamos chilalas, mieleritas, saltacaballos, tordos, picaflores, turtupilines, chaucos, etc. Nos hemos separado. Tania se aproxima a los maizales, yo he preferido sentarme entre los algarrobos muy a lo lejos. El tiempo pasa y observo las aves. Ellas ya ni se fijan en mí, lo que no hacen las hormigas y los mosquitos. Los pájaros vuelven a su cotidianidad. Son tan hermosas. Los algarrobos son majestuosos. Quiero conservar esta imagen por siempre. Ruego por que las autoridades y los pobladores protejan este lugar y no talen los árboles o, peor aún, pretendan construir algún edificio o casas aquí. Justo lo que no necesitamos, más cemento.
Más tarde, a las 10:30 a.m., volvemos al museo. La entrevista al conocido decimista Brando Briones resulta muy didacta. Sin darnos cuenta dura más de dos horas. Con él partimos a la ex hacienda Cayaltí de la familia Aspillaga. Se encuentra muy cerquita. La población actual es numerosa, demasiado agregaría. La casa-hacienda y la fábrica permanecen cerradas y olvidadas del tiempo. También encotramos palmeras aquí. En sus buenos momentos la caña de azúcar era abundante y se trasladaba en tren hacia el puerto Eten, pero eso se acabó. Después llegó la Reforma agraria y la cooperativa, hoy las tierras han vuelto a su auténtico dueño, el agricultor. Hoy Cayaltí está castigada por los vicios. No es muy seguro. Regresamos a Zaña algo desilusionadas.
En la noche salimos a buscar a la Sra. Juanita, la tamalera más afamada del lugar. Nos recibe un tanto malhumorada, está trabajando desde la mañana y nosotras ahí de mironas y preguntonas. Pasan los minutos y ella se sosiega. Esperando al lado se encuentra el chino Wong, un hombre mayor, delgado y alto. Nos cuenta sobre su familia, él viene del sur, de Chancay. Tiene dieciocho hijos. Es un donjuán. Él es un descendiente, un buen ejemplo de la migración asiática llegada al Perú en el siglo XIX. Zaña es un poblado donde conviven los afrodescendientes, los andinos , los chinos y los japoneses. Es decir, un crisol de culturas.
Al acabar la entrevista y ya entrada la noche, nos despedimos con una sonrisa en el rostro y en la mano unos tamalitos recién preparados. ¡Hummm! De esa manera cerramos el día. Y otra vez ¡Hummm!
Sábado 19 de diciembre de 2009
El día amanece nublado, es ideal para una caminata. Recorremos las ruinas o las antiguas iglesias de Zaña en compañía de César Burga, pariente del insigne decimista Abel Colchado, ya fallecido. Conoce muy bien la historia de Zaña. Recorremos el convento San Agustín, la portada de la Merced, San Francisco, la Capilla de Santo Toribio. Cada una muy impresionante. El esplendor de Zaña en la colonia debió ser envidiable, casi competía con Lima, pero las lluvias y el desborde el río se llevó todo ello. Debió ser una versión del Fenómeno del Niño, supongo. Camino al río me encuentro una pluma de gallinazo, negra y respetable. Allá avistamos muchas aves: un Martín pescador, unas garzas blancas, oímos el canto del ruiseñor, etc.
En la tarde estuvimos en casa del decimista José Ricardo Plaza, generosamente recitó parte de su repertorio y anunció la publicación de un libro. Fue una noticia muy bien recibida por nosotras.
Domingo 20 de diciembre de 2009
Es un día caluroso y probamos suerte en la otra ladera del río, pero las aves están esquivas. Nos camuflamos entre la vegetación esperando, esperando... y no se dejan ver pero sí oír. Por la tarde nos enrrumbamos en una camioneta de la Policía de Zaña con varios niños a Mato Indio, un poblado alejado y empobrecido. Nos ha invitado la norteamericana Nicole, para compartir una chocolatada. Después de atravesar los sembríos y muy próximo a unos cerros arenosos, aparecen unas casitas dispersas y rodeadas de algunos algarrobos. La humilde casa está adornada con serpentinas y globos, los niños de Mata Indio esperan sentados y con mucha ansiedad. No hay luz eléctrica así que se aprovecha el equipo de la camioneta. Los juegos empieza, todos participan. La reunión se ha vuelto agradable, los niños sonríen y reciben juguetes. A lo lejos en el cerro observo unos cactos y oigo el canto de las aves, la tarde es perfecta. El espíritu navideño ha llegado a Mata Indio, hemos compartido una chocolatada invalorable como la alegría de un niño.
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