Jueves,14 de enero de 2009
Después de Salitral, es decir, después de varias curvas, kilómetros y chacras en el camino, asoma un letrero que anuncia que estamos llegando a Malacasí. Este si que es un término muy curioso, una incógnita para mí. Al igual que sucedió en Serrán y la Alberca, la carretera corta drásticamente al poblado. Cuando uno va solo de paso y cruza en la movilidad, Malacasí parececiera que es un poblado pequeño pero no es así, en realidad es más grande de lo que se piensa. Toda una sorpresa. La plaza central es alargada, más rectangular, con muchos árboles. La pequeña iglesia a un lado alberga la imagen de San Martín de Porres, la que está bien conservada y es grande. En el exterior las casas son varias, hechas de barro y los cercos de algarrobo. Desde donde estoy puedo apreciar que la calle da al cerro, allá al fondo. Los pobladores de Malacasí son conversadores, hay muchos en grupo refrescándose a la entrada de las casas. Una voz femenina en los altoparlantes anunciando avisos comerciales y noticias locales interrumpe en el valle, el eco es estruendoso, demasiado para mi gusto. Creo que no lograré acostumbrarme a ello.
Los afroperuanos acá no son muy amigables con los extraños, acaso se inhiben o son tímidos, hummm! Esto último ni yo me lo creo. En fin, regresamos a la carretera para observar el comercio local, sin perder mucho tiempo TAD, otra vez golosa, compra unos mangos.
Ya ha sucedido antes, en otras comunidades afroperuanas, que hay algunos problemas insalvables todavía, como la falta de desague y la basura. Malacasí no es diferente. No hace mucho esta carretera fue pavimentada y hay muchas espectativas de los pobladores, porque esto significa acceso directo y en menos tiempo, por lo menos para enviar sus productos agrícolas fuera de la provincia. Ojalá que las autoridades políticas sean más sabias en sus decisiones y el canon regional alcance para concretar el proyecto del desague y que los pobladores comprendan que la limpieza contribuye enormemente a la salud pública, acaso se enseñe esto en las aulas.
Mientras medito (o sueño) el atardecer es como una postal que capturo en mi mente. El viento sopla y se lleva las hojas del camino. Pronto regresaremos a Morropón. Ha sido un día muy agotador e inigualable. No quisiera retornar.
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