martes, 5 de enero de 2010

Morropón, donde el tondero reina

En foto: Vista del bosque seco de Piedra del Toro


Sábado, 2 de enero de 2009

De Chulucanas a Morropón transcurre cuarenta y cinco minutos exactos. El colectivo cobra S/. 4.00. En esta ocasión presencié lo más inusual, en la camioneta station wagon que normalmente lleva un chofer y un máximo de cuatro pasajeros, subieron cinco, así: tres en la parte superior y dos al lado del chofer. Observé que se había colocaso una almohadita largada sobre el freno de mano y el chofer hacia los cambios con dificultad. Cuando llegamos un pasajero no aceptó este tratamiento y se pasó atrás, uno de los colectiveros le reclamó que si quería ir solo que pagué el costo de do pasajes. Él no le hizo caso. Varios kilómetros después, la policía de caminos detuvo al chofer, entonces pensé que le multarían; pero me equivoqué, se saludaron y continuamos. Fue entonces que TAD y yo cruzamos las miradas, sin duda pensamos lo mismo. Fuimos testigos de la manera cómo se pisotean las normas de seguridad y que las multas son fantasías impresas en un papel. Acaso todo fue un espejismo del desierto piurano. ¿Lo fue?
Ya por la mañana habíamos visitado la Biblioteca municipal de Chulucanas para revisar algunos libros sobre su historia y fotocopiar aslgunos mapas de la zona. Aunque el auxiliar se mostró muy cordial y colaborador, los mapas estaban desactualizados, en ellos aparecían las ex haciendas todavía, es decir, sin exagerar corresponderían a antes de los años setenta. Aún así me fueron útiles hasta cierto punto. Pero otra vez vuelve la inquietud: ¿Por qué no hay mapas adecuados en los municipios?
En Morropón no existe nadie más conocido que el profesor Agustín Huertas así que pregunté por él. Cualquier buen vecino puede indicar donde está ubicada su casa. Él me recibió complacido y como suele ocurrir con los amigos conversamos durante horas, hasta el atardecer. Se trata de un dedicado hombre de CC. SS., defensor de causas justas y un luchador tenaz. Como afrodescendiente está muy involucrado con las comunidades afroperuanas de la zona. También es testigo del sincretismo cultural entre andinos y afroperuanos. Esto nos llevó a comparar experiencias, de modo que no es lo mismo que en una familia interétnica la madre sea afroperuana o andina, ya que la crianza de los hijos sería muy diferente; aunque el contraste de costumbres, comidas, música, etc., enriquecerían a sus participantes. Por eso que ya no me es extraño escuchar un huayno en Chapica o comer una papa arracacha aquí.

Domingo, 3 de enero de 2009

Tengo mucha curiosidad en conocer el bosque seco Piedra del Toro y su cascada. Partimos de Morropón y en pocos minutos ya estabamos en el lugar. En medio de la carretera, en una curva cerrada, nos detuvimos. Él mototaxista señaló un caminito en el cerro que se perdía entre los algarrobos. No había muchas señas en los alrededores, suspiré y me dispuse a caminar. El sonido acompasado del agua que cae sobre las piedras fue nuestra principal guía. Extrañamente no nos detuvimos. Nos dejamos atraer por el bosque y el canto de las aves. Los árboles eran ariscos, con espinas, más de una vez me enganché entre las ramas. Como tenía muchas ganas de explorar todo, de saber a donde nos conducía el camino, subimos y subimos. La caminata duró más de dos horas. Atrás quedó la catarata y la carretera, muy atrás. TAD decició quedarse observando a las aves muy cerca a la corriente de agua, mientras que yo preferí adentrarme en el bosque. Llegué hasta una quebrada más amplia, donde de un lado había un árbol totalmente seco y del otro restos de la tala de árboles. Extrañamente ya no pude avanzar. Algunos pájaros cantaban a lo lejos. En las proximidades había un avispero o eso creí que era. Prefería grabar los sonidos a mí alrededor. Arriba los cerros estaban cubiertos de neblina. De pronto, el viento sopló más de lo usual, las hojas caían y oí algo que no puedo explicar. Me perturbó bastante, el crujir de más hojas a mis espaldas, me mantuvo alerta por unos minutos. Acaso estaba siendo observada? Mucho después TAD apareció entre las ramas, caminamos más adelante, no mucho. Parecía ideal para observar a las aves en la copa de los árboles. Pero un golpe que se repetía y el balar de las ovejas que venía de más arriba fue suficiente para comprobar que esta zona también está siendo depredada por los locales. Decidimos regresar. En el hotel pensaba en ese inexplicable ruido que había percibido en el bosque seco, con más precisión una especie de lamento, quizá hasta de la propia naturaleza.

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